Como
encontré mi camino en la
Etnobotánica
María
Edelmira Linares Mazari
Jardín
Botánico del Instituto de Biología de la UNAM
Para
escribir estas breves notas me hice el propósito de recordar cómo es que me
dediqué a esta interesantísima y cautivadora disciplina...
Desde
niña mi papá el Ing. Juan Miguel Linares dedicado a las obras hidráulicas y a la Ingeniería Municipal ,
gustaba de hacer jardinería, llevarnos a diferentes lugares de día de campo y
seguir los consejos del Dr Hauser para una vida más saludable. Él siempre nos
decía a mi hermana Nora y a mí: “que antes de casarnos deberíamos conocer
nuestro país”, por lo que cada vacaciones recorríamos un estado diferente y
paseábamos por la capital en turno. Mi mamá Doris Mazari, por su parte era
pintora, decoradora y una historiadora nata, hija del médico homeópata e
historiados Manuel Mazari. Ella siembre
estaba interesada en los frutos de formas exóticas y colores llamativos para la
composición de sus cuadros o en los acueductos o pinturas de los conventos.
Durante cada viaje, mi mamá se documentaba sobre la historia del lugar, los
aspectos culturales más relevantes de la región. La gastronomía más importante
y por supuesto la visitas a los museos, zonas arqueológicas, monasterios y los
mercados, ubicados en nuestros recorridos, para conocer “qué se comía y cómo se
vivía” en cada zona. Era divertidísimo que mientras mi papá manejaba rumbo a
nuestro destino, mi mamá nos iba preparando sobre la importancia del lugar
hacia donde nos dirigíamos y que cosas nuevas encontraríamos.
De
esta forma transcurrieron los años y al decidir qué carrera elegiría estaba
indecisa entre Historia y Biología. Finalmente me incliné por Biología e
ingresé a la Facultad
de Ciencias de la UNAM. Desde
un inicio tenía claro que me dedicaría a las plantas, ahí cursé Etnobiología
con Alfredo Barrera quien nos llevó de trabajo de campo a Veracruz, además cuando
tomé Botánica IV con Nelly Diego (1974), tuvimos la oportunidad de hacer un
breve estudio en la Zona
de los Tuxtlas, Veracruz, sobre la vegetación del área, que para recorrerla
tuvimos que apoyarnos en los madereros que estaban desmontando el bosque, ya
que eran la única fuente de transporte. Además los entrevistamos sobre diferentes
aspectos de la comercialización de la madera y la ruta de esa comercialización.
Tuvimos la experiencia de sentir los derribos de árboles inmensos y veíamos que
se llevaban en su camino hacia el suelo multitud de especies epífitas, arbustos
y otros pequeños árboles, esa sensación del golpe y el retumbar del árbol al
llegar al suelo todavía la recuerdo con susto y tristeza. Esta experiencia me
hizo más consciente sobre la necesidad de conservar nuestra riqueza biológica y
cultural.
Durante
mis estudios en la Fac. como le decíamos
cariñosamente (en la década de los setentas), me encantaba ir al Jardín
Botánico del IB UNAM y me inscribí con algunas de mis amigas a la Sociedad Botánica
de México (Victoria Sosa, Cecilia de la Torre y Beatriz Flores), ya que en esa época
ofrecían excursiones guiadas a diferentes partes, encabezadas por los botánicos
más renombrados, quienes motivaban a los participantes y amateurs de la Botánica a conocer un
poco más sobre las plantas encontradas, los tipos de vegetación o los hongos
recolectados. Fue durante esas excursiones que conocí a personas como: Efraím Hernández
Xolocotzi, José Sarukhan, Francisco González Medrano, Miguel Ángel Martínez
Alfaro, Teófilo Herrera y Manuel Ruíz Oronoz, entre muchos más. Esas
excursiones eran inolvidables, ya que podíamos convivir con los expertos y
preguntar todas nuestras dudas. Estas vivencias me motivaban a asistir
asiduamente a las juntas mensuales de la “Soc” como la nombrábamos mis amigas y
yo.
Con
esa convivencia con nuestros maestros y otros miembros de la “Soc” recuerdo una
una excursión pre-congreso de Botánica guiada por el Maestro Hernández X. al
Mercado de la Merced. Ese
día con sus explicaciones y las de sus alumnos que lo acompañaban, encontré una
gran diversidad de productos que me cautivaron y que empecé a conocer más a
fondo. Ahí conocí el nombre de totomoxtle,
que para mí hasta ese día eran hojas para tamal, el chile manzano que a
diferencia de otros chiles tiene semillas negras, algunos otros nombres de
chiles etc. Durante esa excursión, le pregunté al maestro si podía asistir de
oyente a su curso en el Colegio de Posgraduados y me dijo que sí. Así que sin
saberlo esa excursión y los recuerdos de mis viajes familiares se empalmaron y
me motivaron a conocer más de la flora y sus implicaciones culturales, lo que
sería determinante en mi carrera.
Por
esas fechas (1981) ya era parte del
personal académico del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM y de la Mesa Directiva de la Sociedad Botánica ;
fungía como Tesorera bajo la presidencia de Antonio Lot, pero gracias a mi interés
por la Divulgación
de la Ciencia ,
Antonio me propuso que le apoyara también en la organización y promoción de las
excursiones. Con gusto acepté y organizamos una al Mercado Sonora, la cual guiaría
Miguel Ángel Martínez Alfaro. Se nos llenó el cupo y una semana antes de
realizarse dicha excursión, Miguel me comentó que tenía un compromiso
inesperado y no la podría guiar, le dije entre enojada y sorprendida que no se
podía cancelar, puesto que ya teníamos mucha gente inscrita. Inesperadamente me
dijo: “Tú guíala”. Yo le dije que era muy inexperta y que tal vez no saldría
bien, él me convenció que lo hiciera y unos días antes de la fecha “impostergable”
me acompañó al mercado, me sugirió que aspectos debería abordar y me presentó
algunos de sus colaboradores, para que ellos me apoyaran en esta empresa que yo
tenía sobre mis hombros. Total llegó el día, e hice mi mejor esfuerzo. Cual
sería mi sorpresa que me felicitaron y todos se fueron muy contentos y satisfechos
del recorrido y, yo recobré el alma y lo más importante: “Me re-enamoré de las
plantas medicinales y de los mercados” y me di cuenta, que si hacemos nuestro
mejor esfuerzo acompañado de emoción y corazón obtenemos mejores resultados.
A
partir de ahí empecé a estudiar con ahínco diferentes aspectos relacionados con
la Medicina Tradicional
y a recolectar las plantas expendidas en el Mercado Sonora. Hasta esa fecha (década
de los ochentas), no se sabía mucho sobre este mercado y apenas se habían
realizado algunas tesis temáticas sobre algunas plantas medicinales. Invité a
mi amiga Beatriz Flores y con ella acudíamos cada semana para hacer inventarios
y documentar lo que se expendía y sus usos y aplicaciones. En esa dinámica
estábamos cuando llegó a México (1981) y al Jardín Botánico Robert Bye, quien
acababa de publicar un artículo sobre las plantas medicinales del mercado de
Chihuahua, Lo abordamos y le comentamos nuestro proyecto y él se ofreció a
acompañarnos para darnos algunas sugerencias.
Fue así que iniciamos nuestra
colaboración académica y más tarde nuestra relación sentimental. Él venía de
sabático y tenía que regresar a la Universidad de Colorado donde era profesor, así
que decidimos casarnos y emigramos a los Estados Unidos. Allá tuve la
oportunidad de conocer a etnobotánicos y botánicos muy renombrados como Gary
Nabham, Mike Balick, Brent y Eloise Berlin, Richard Ford, Eugene Hunn, Nancy
Turner, Peter Raven y Gillean Prance, entre otros, y conocer sus trabajos. Durante
mi estancia en la
Universidad de Colorado, tomé cursos de Museología y trabajé
como curador asistente en el Herbario con William Weber, quién me enseñó lo que
significaba “eficiencia y organización”. Robert y yo iniciamos un estudio sobre
las plantas medicinales en el valle de San Luis, Colorado. Donde habitaban
descendientes de mexicanos de “antes de Santa Anna” que todavía se consideraban
mexicanos, e hijos de la Virgen
de Guadalupe. El ser mexicana y conocer mi cultura me permitió relacionarme con
las personas que ahí vivían y comunicarme con ellos en español arcaico (aunque
a veces prefería que me hablaran en inglés porque les entendía mejor). Por lo
que un día comentó Patricia Colunga al enterarse de nuestros estudios
etnobotánicos en Estados Unidos, que yo había sido la Pancho Villa de la etnobotánica.
Después
de varios años decidimos regresar a México ya que queríamos que nuestros hijos
fueran mexicanos y nos incorporamos nuevamente al Jardín Botánico donde he desarrollado
mi carrera profesional, siempre tratando de vincular nuestros estudios
etnobotánicos con el área de la
Difusión y la
Educación , así como con la reversión del conocimiento en las
comunidades donde hemos estudiado. Debido a mi interés por la divulgación y la
educación, me encomendaron que organizara el Área de Difusión y Educación y me
nombraron encargada (cargo que desempeñé durante 21 años).
El
JB fue un foro idóneo, desde donde pude realizar innumerables proyectos,
principalmente de plantas medicinales y comestibles. Ahí conviví con otros
etnobotánicos, grandes taxónomos del Instituto de Biología y colegas de otros institutos de
investigación de la UNAM
y otras instituciones. Esta convivencia e intercambio de ideas me amplió el
panorama y mi campo de acción. Me brindó las herramientas para abordar problemas
sobre la alimentación, estudio de fuentes históricas, actividad química de
algunas plantas medicinales, así como la publicación de obras de divulgación
sobre plantas medicinales, quelites, la botánica de los moles, importancia de
la milpa, plantas ornamentales, entre otros. Por otro lado pude organizar gran
diversidad de ciclos de conferencias, Simposia y talleres, que también me
relacionaron con otros campos de la Biología.
Uno
de los proyectos que han sido más satisfactorios durante mi carrera profesional
es el “Semillatón, acompañando a la Sierra Tarahumara ”.
Cuyo objetivo fundamental ha sido la multiplicación y salvaguardia de cinco
razas de maíz nativo de la
Sierra que se encontraban amenazados por la sequía
excepcional que aquejó el área desde el año 2010. Con el apoyo de la Familia Gastronómica
de México y Fundación UNAM pudimos revertir esta situación. En este proyecto
práctico y urgente pusimos a prueba todo lo aprendido y gracias a nuestros
amigos (de muchas instituciones y disciplinas) contribuimos a que estas razas de
maíz estén disponibles nuevamente entre los campesinos rarámuri y mestizos que
las requieran.
Me
considero muy afortunada, porque mi vida ha sido muy divertida, interesante y
llena de aventuras. Siempre tratando de conocer un poco más sobre varios
aspectos de las plantas útiles y muy motivada a estudiar la comida y medicina
tradicional. Estoy muy satisfecha de nuestros resultados y espero que nuestros
trabajos inspiren a los jóvenes etnobotánicos a continuar investigando en las
áreas que hemos abordado y que sabemos falta mucho por conocer.
Mi
familia y yo hemos recorrido innumerables pueblos, veredas, mercados y hemos
tenido la oportunidad de convivir con muchos colaboradores, compadres, amigos,
colegas y alumnos, quienes nos han favorecido con una amistad invaluable.
Actualmente
nuestros hijos Rigel y Ronan son profesionistas graduados, hombres de bien y
papas de tres nietos, Rigel (13 años), André (11 años) y Marco (casi 2 años) que
nos alegran la vida y nos ponen aprueba en cada momento, con preguntas de “niños
modernos” durante nuestros recorridos por los parques nacionales, con preguntas
sobre insectos, plantas y demás.
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