lunes, 9 de junio de 2014

Edelmira Linares y su camino por la Etnobotánica



Como encontré mi camino en la Etnobotánica


Foto: Robert Bye

María Edelmira Linares Mazari

Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM

Para escribir estas breves notas me hice el propósito de recordar cómo es que me dediqué a esta interesantísima y cautivadora disciplina...

Desde niña mi papá el Ing. Juan Miguel Linares dedicado a las obras hidráulicas y a la Ingeniería Municipal, gustaba de hacer jardinería, llevarnos a diferentes lugares de día de campo y seguir los consejos del Dr Hauser para una vida más saludable. Él siempre nos decía a mi hermana Nora y a mí: “que antes de casarnos deberíamos conocer nuestro país”, por lo que cada vacaciones recorríamos un estado diferente y paseábamos por la capital en turno. Mi mamá Doris Mazari, por su parte era pintora, decoradora y una historiadora nata, hija del médico homeópata e historiados Manuel Mazari. Ella  siembre estaba interesada en los frutos de formas exóticas y colores llamativos para la composición de sus cuadros o en los acueductos o pinturas de los conventos. Durante cada viaje, mi mamá se documentaba sobre la historia del lugar, los aspectos culturales más relevantes de la región. La gastronomía más importante y por supuesto la visitas a los museos, zonas arqueológicas, monasterios y los mercados, ubicados en nuestros recorridos, para conocer “qué se comía y cómo se vivía” en cada zona. Era divertidísimo que mientras mi papá manejaba rumbo a nuestro destino, mi mamá nos iba preparando sobre la importancia del lugar hacia donde nos dirigíamos y que cosas nuevas encontraríamos.

De esta forma transcurrieron los años y al decidir qué carrera elegiría estaba indecisa entre Historia y Biología. Finalmente me incliné por Biología e ingresé a la Facultad de Ciencias de la UNAM. Desde un inicio tenía claro que me dedicaría a las plantas, ahí cursé Etnobiología con Alfredo Barrera quien nos llevó de trabajo de campo a Veracruz, además cuando tomé Botánica IV con Nelly Diego (1974), tuvimos la oportunidad de hacer un breve estudio en la Zona de los Tuxtlas, Veracruz, sobre la vegetación del área, que para recorrerla tuvimos que apoyarnos en los madereros que estaban desmontando el bosque, ya que eran la única fuente de transporte. Además los entrevistamos sobre diferentes aspectos de la comercialización de la madera y la ruta de esa comercialización. Tuvimos la experiencia de sentir los derribos de árboles inmensos y veíamos que se llevaban en su camino hacia el suelo multitud de especies epífitas, arbustos y otros pequeños árboles, esa sensación del golpe y el retumbar del árbol al llegar al suelo todavía la recuerdo con susto y tristeza. Esta experiencia me hizo más consciente sobre la necesidad de conservar nuestra riqueza biológica y cultural.

Durante mis estudios  en la Fac. como le decíamos cariñosamente (en la década de los setentas), me encantaba ir al Jardín Botánico del IB UNAM y me inscribí con algunas de mis amigas a la Sociedad Botánica de México (Victoria Sosa, Cecilia de la Torre y Beatriz Flores), ya que en esa época ofrecían excursiones guiadas a diferentes partes, encabezadas por los botánicos más renombrados, quienes motivaban a los participantes y amateurs de la Botánica a conocer un poco más sobre las plantas encontradas, los tipos de vegetación o los hongos recolectados. Fue durante esas excursiones que conocí a personas como: Efraím Hernández Xolocotzi, José Sarukhan, Francisco González Medrano, Miguel Ángel Martínez Alfaro, Teófilo Herrera y Manuel Ruíz Oronoz, entre muchos más. Esas excursiones eran inolvidables, ya que podíamos convivir con los expertos y preguntar todas nuestras dudas. Estas vivencias me motivaban a asistir asiduamente a las juntas mensuales de la “Soc” como la nombrábamos mis amigas y yo.

Con esa convivencia con nuestros maestros y otros miembros de la “Soc” recuerdo una una excursión pre-congreso de Botánica guiada por el Maestro Hernández X. al Mercado de la Merced. Ese día con sus explicaciones y las de sus alumnos que lo acompañaban, encontré una gran diversidad de productos que me cautivaron y que empecé a conocer más a fondo. Ahí conocí el nombre de totomoxtle, que para mí hasta ese día eran hojas para tamal, el chile manzano que a diferencia de otros chiles tiene semillas negras, algunos otros nombres de chiles etc. Durante esa excursión, le pregunté al maestro si podía asistir de oyente a su curso en el Colegio de Posgraduados y me dijo que sí. Así que sin saberlo esa excursión y los recuerdos de mis viajes familiares se empalmaron y me motivaron a conocer más de la flora y sus implicaciones culturales, lo que sería determinante en mi carrera.

Por esas fechas  (1981) ya era parte del personal académico del Jardín Botánico del Instituto de Biología de la UNAM y de la Mesa Directiva de la Sociedad Botánica; fungía como Tesorera bajo la presidencia de Antonio Lot, pero gracias a mi interés por la Divulgación de la Ciencia, Antonio me propuso que le apoyara también en la organización y promoción de las excursiones. Con gusto acepté y organizamos una al Mercado Sonora, la cual guiaría Miguel Ángel Martínez Alfaro. Se nos llenó el cupo y una semana antes de realizarse dicha excursión, Miguel me comentó que tenía un compromiso inesperado y no la podría guiar, le dije entre enojada y sorprendida que no se podía cancelar, puesto que ya teníamos mucha gente inscrita. Inesperadamente me dijo: “Tú guíala”. Yo le dije que era muy inexperta y que tal vez no saldría bien, él me convenció que lo hiciera y unos días antes de la fecha “impostergable” me acompañó al mercado, me sugirió que aspectos debería abordar y me presentó algunos de sus colaboradores, para que ellos me apoyaran en esta empresa que yo tenía sobre mis hombros. Total llegó el día, e hice mi mejor esfuerzo. Cual sería mi sorpresa que me felicitaron y todos se fueron muy contentos y satisfechos del recorrido y, yo recobré el alma y lo más importante: “Me re-enamoré de las plantas medicinales y de los mercados” y me di cuenta, que si hacemos nuestro mejor esfuerzo acompañado de emoción y corazón obtenemos mejores resultados.

A partir de ahí empecé a estudiar con ahínco diferentes aspectos relacionados con la Medicina Tradicional y a recolectar las plantas expendidas en el Mercado Sonora. Hasta esa fecha (década de los ochentas), no se sabía mucho sobre este mercado y apenas se habían realizado algunas tesis temáticas sobre algunas plantas medicinales. Invité a mi amiga Beatriz Flores y con ella acudíamos cada semana para hacer inventarios y documentar lo que se expendía y sus usos y aplicaciones. En esa dinámica estábamos cuando llegó a México (1981) y al Jardín Botánico Robert Bye, quien acababa de publicar un artículo sobre las plantas medicinales del mercado de Chihuahua, Lo abordamos y le comentamos nuestro proyecto y él se ofreció a acompañarnos para darnos algunas sugerencias.

Fue así que iniciamos nuestra colaboración académica y más tarde nuestra relación sentimental. Él venía de sabático y tenía que regresar a la Universidad de Colorado donde era profesor, así que decidimos casarnos y emigramos a los Estados Unidos. Allá tuve la oportunidad de conocer a etnobotánicos y botánicos muy renombrados como Gary Nabham, Mike Balick, Brent y Eloise Berlin, Richard Ford, Eugene Hunn, Nancy Turner, Peter Raven y Gillean Prance, entre otros, y conocer sus trabajos. Durante mi estancia en la Universidad de Colorado, tomé cursos de Museología y trabajé como curador asistente en el Herbario con William Weber, quién me enseñó lo que significaba “eficiencia y organización”. Robert y yo iniciamos un estudio sobre las plantas medicinales en el valle de San Luis, Colorado. Donde habitaban descendientes de mexicanos de “antes de Santa Anna” que todavía se consideraban mexicanos, e hijos de la Virgen de Guadalupe. El ser mexicana y conocer mi cultura me permitió relacionarme con las personas que ahí vivían y comunicarme con ellos en español arcaico (aunque a veces prefería que me hablaran en inglés porque les entendía mejor). Por lo que un día comentó Patricia Colunga al enterarse de nuestros estudios etnobotánicos en Estados Unidos, que yo había sido la Pancho Villa de la etnobotánica.

Después de varios años decidimos regresar a México ya que queríamos que nuestros hijos fueran mexicanos y nos incorporamos nuevamente al Jardín Botánico donde he desarrollado mi carrera profesional, siempre tratando de vincular nuestros estudios etnobotánicos con el área de la Difusión y la Educación, así como con la reversión del conocimiento en las comunidades donde hemos estudiado. Debido a mi interés por la divulgación y la educación, me encomendaron que organizara el Área de Difusión y Educación y me nombraron encargada (cargo que desempeñé durante 21 años).

El JB fue un foro idóneo, desde donde pude realizar innumerables proyectos, principalmente de plantas medicinales y comestibles. Ahí conviví con otros etnobotánicos, grandes taxónomos del Instituto de Biología  y colegas de otros institutos de investigación de la UNAM y otras instituciones. Esta convivencia e intercambio de ideas me amplió el panorama y mi campo de acción. Me brindó las herramientas para abordar problemas sobre la alimentación, estudio de fuentes históricas, actividad química de algunas plantas medicinales, así como la publicación de obras de divulgación sobre plantas medicinales, quelites, la botánica de los moles, importancia de la milpa, plantas ornamentales, entre otros. Por otro lado pude organizar gran diversidad de ciclos de conferencias, Simposia y talleres, que también me relacionaron con otros campos de la Biología.

Uno de los proyectos que han sido más satisfactorios durante mi carrera profesional es el “Semillatón, acompañando a la Sierra Tarahumara”. Cuyo objetivo fundamental ha sido la multiplicación y salvaguardia de cinco razas de maíz nativo de la Sierra que se encontraban amenazados por la sequía excepcional que aquejó el área desde el año 2010. Con el apoyo de la Familia Gastronómica de México y Fundación UNAM pudimos revertir esta situación. En este proyecto práctico y urgente pusimos a prueba todo lo aprendido y gracias a nuestros amigos (de muchas instituciones y disciplinas) contribuimos a que estas razas de maíz estén disponibles nuevamente entre los campesinos rarámuri y mestizos que las requieran.

Me considero muy afortunada, porque mi vida ha sido muy divertida, interesante y llena de aventuras. Siempre tratando de conocer un poco más sobre varios aspectos de las plantas útiles y muy motivada a estudiar la comida y medicina tradicional. Estoy muy satisfecha de nuestros resultados y espero que nuestros trabajos inspiren a los jóvenes etnobotánicos a continuar investigando en las áreas que hemos abordado y que sabemos falta mucho por conocer.

Mi familia y yo hemos recorrido innumerables pueblos, veredas, mercados y hemos tenido la oportunidad de convivir con muchos colaboradores, compadres, amigos, colegas y alumnos, quienes nos han favorecido con una amistad invaluable.


Actualmente nuestros hijos Rigel y Ronan son profesionistas graduados, hombres de bien y papas de tres nietos, Rigel (13 años), André (11 años) y Marco (casi 2 años) que nos alegran la vida y nos ponen aprueba en cada momento, con preguntas de “niños modernos” durante nuestros recorridos por los parques nacionales, con preguntas sobre insectos, plantas y demás.

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